El
cuento para niños que traemos hoy nos habla de Sara y de su abuelo, que está un poco triste y no quiere hacer planes con su nieta. Descubre el por qué de su tristeza leyendo esta dulce historia sobre la importancia de recordar a las personas que queremos…
Planes con el abuelo
Cuando la abuela murió, todos en la familia se quedaron muy tristes. Pero el más triste de todos era el abuelo: hacía tanto tiempo que la conocía, que ya no se acordaba de cómo era vivir sin ella. Por eso, Papá y Mamá decidieron que el abuelo tenía que dejar su casa en el pueblo y venirse con ellos.
–Ya lo verás, abuelo. Con nosotros estarás muy a gusto. Podrás irme a recoger al colegio, jugaremos juntos por la tarde en el parque, iremos juntos al cine y por la noche, si quieres, te puedo leer un cuento.
Sara estaba entusiasmada. Siempre le habían dado mucha envidia todos los amigos que tenían cerca a sus abuelos, o incluso vivían con ellos y hacían muchas cosas juntos. Los abuelo de Sara siempre habían vivido lejos, pero ahora podría disfrutar de su abuelo y hacer planes con él.
Sin embargo, el abuelo echaba tanto de menos a la abuela que no quería hacer nada de todas aquellas cosas que Sara había programado:
–Déjame niña. ¡No tengo ganas de tonterías! –decía malhumorado y se quedaba enfurruñado en el sofá sin hacer nada en todo el día.
–¿Qué podemos hacer con el abuelo? –se preguntaba Sara todos los días.
Ella también echaba mucho de menos a la abuela, pero no le gustaba verle de esa manera, así que decidió buscar una solución:
–¿Y si vemos una peli?
–¿Y si salimos al parque?
–¿Y si hacemos juntos los crucigramas del periódico?
Pero el abuelo solo quería pasarse el día recordando a la abuela. Tenía miedo de que si dejaba un solo minuto de hablar, pensar o soñar con ella, su recuerdo se iría para siempre igual que lo había hecho ella una mañana de invierno.
Así que Sara entendió que si quería pasar tiempo con el abuelo, tenía que ser compartiendo cosas de la abuela. Un domingo, Sara se acercó a la habitación del abuelo con un enorme álbum de fotos. Era un álbum muy antiguo, en el que ni siquiera salía ella, pero que Mamá guardaba con mucho cariño en su habitación:
–Abuelo, ¿quieres ver conmigo estas fotos? Y así me explicas lo que hacías en cada una…
El abuelo, empezó a gruñir malhumorado, hasta que se dio cuenta de que en aquellas fotos salía la abuela y que era una oportunidad perfecta para hablar de ella con su nieta.
–Fíjate qué jóvenes somos aquí. ¡Nos acabábamos de comprar un coche!
–Estáis guapísimos. ¿Y aquí?
–Aquí estamos de vacaciones. Mira, esa niña con gorro es tu madre.
Sara y el abuelo pasaron toda la tarde juntos hablando y descubrió muchas cosas de los abuelos que no sabía. Ella pensaba que siempre habían vivido en el pueblo, pero no era verdad. La abuela y él habían trabajado en Barcelona hasta que se jubilaron y decidieron volver al lugar donde habían nacido. También se enteró de cosas de Mamá y de los tíos. Había sido muy bonito pasar la tarde con el abuelo.
–¿Otro día me cuentas más cosas de la abuela y de ti cuándo eráis jóvenes?
–Claro que sí, Sara, todas las que quieras.
Y cada tarde, Sara y el abuelo se sentaban en el sofá y hablaban de la abuela, de la casa vieja del pueblo y de las cosas que hacían cuando eran niños. A veces, el abuelo le contaba también las cosas que soñaba por la noche. Siempre soñaba con la abuela, con que volvía a casa y le había hecho un cocido, o unas judías con jamón, que era su plato favorito.
Al abuelo le gustaba mucho hablar de la abuela, aunque a veces se ponía triste y los ojos se le llenaban de lágrimas. Pero en esas ocasiones, Sara le daba un abrazo muy grande y cuando se despistaba le hacía cosquillas en la barriga y el abuelo soltaba carcajadas y quejidos a partes iguales.
Un día, cuando Sara salió del colegio se encontró que en vez de Papá, quien había venido a buscarla era el abuelo.
–¿Qué haces aquí, abuelo? –exclamó extrañada la pequeña.
–Pues, ¿tú que crees? He venido a buscarte. Pero si no quieres me marcho…
–No, no, no. No quería decir eso. ¡Me gusta mucho que me vengas a buscar!
Desde ese día, el abuelo fue siempre a recoger a Sara a la salida del colegio. Y no era lo único que hacían juntos. También bajaban al parque, iban a ver películas al cine (era genial, porque al abuelo le encantaban las palomitas y siempre se compraban la bolsa más grande) y leían juntos cuentos.
No es que el abuelo hubiera decidido que ya era hora de olvidarse de la abuela, ¡qué va! pero había comprendido por fin, que no necesitaba pasarse el día entero sin hacer otra cosa que pensar y hablar de la abuela. Podía hacer un montón de cosas y ella siempre estaría ahí a su lado.
Porque la gente que queremos no desaparece nunca.