De noche, cuando la luna
alumbra el camino, el ladrón de palabras sale con todo su equipo y se
dirige a la ciudad. Allí rastreando las voces y las luces, sin que nadie
lo vea, trepa por los tejados. Comienza la cosecha….
Impulsadas por el calor de los
hogares, las palabras se mezclan alegres. El ladronzuelo las atrapa en
las turbulencias del humo que sale de las chimeneas.
Lo que más le gusta son las
historias que se cuentan a los niños. Mira cómo suben despacito y se
desvanecen en el silencio de la noche.
Y a veces, se queda dormido.
Hay palabras de muchos tipos: saltarinas, tiernas, verdes, extranjeras,
muy gordas y rojas de ira, y algunas tan largas que es imposible
pronunciarlas. Por eso, el ladrón de palabras sale cada noche, espera
junto a las chimeneas y allí impulsadas por el calor de los hogares las
palabras suben y él las captura para recogerlas y llevarlas a su casa.
Allí las clasifica, las mete en tarros de cristal, las mezcla e inventa
recetas nuevas. Las palabras nos sirven para comunicarnos con los demás,
expresar sentimientos, nos hacen reír y de ellas surge la amistad. Una
noche el ladrón de palabras conoce a alguien muy especial y se da cuenta
de que las palabras que tiene ya no le sirven, ahora necesita robar
otras palabras, palabras de amor…
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